Jenaro Lázaro Gumiel

En el paisaje fronterizo de La Codosera, un pequeño municipio pacense que se asoma a Portugal, se erige un lugar de peregrinación y fe: el Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Chandavila. Para el visitante, la atmósfera del santuario revela rápidamente una singularidad: la identidad artística y espiritual del lugar parece emanar de la visión de un solo hombre. Ese hombre fue Jenaro Lázaro Gumiel, y su presencia es tan indeleble que el santuario es, en esencia, su obra magna.

El Alma de Chandavila

Gumiel no fue un mero contribuyente; fue el “impulsor y promotor” del santuario, el artífice que consagró las últimas décadas de su vida a embellecerlo. Su gubia dio forma a la imagen titular de la Virgen, que él mismo esculpió y donó. Su ingenio concibió el retablo mayor, los altares y el conjunto escultórico que narra los siete dolores de la Virgen. Su devoción fue tan profunda que eligió este lugar para su descanso eterno. Hoy, sus restos yacen en el interior del templo, bajo una lápida con un epitafio de una elocuencia absoluta: “El Escultor de la Virgen”. Su implicación no fue la de un artista que cumple un encargo, sino la de un creador que construye un hogar espiritual para una comunidad y para sí mismo, fusionando su legado con la tierra. En La Codosera, como afirman quienes custodian su memoria, “no hay nadie… que no sepa quién es Jenaro Lázaro Gumiel”. Este artículo busca desvelar la figura de este polifacético artista —escultor, arquitecto, pintor y orfebre— y el extraordinario viaje de fe que lo llevó a anclar su vida y su arte en este rincón de Extremadura.

De Zaragoza a San Fernando: La Forja de un Imaginero

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Nacido en Villalengua, Zaragoza, el 28 de octubre de 1901, Jenaro Lázaro Gumiel inició un camino que lo llevaría a convertirse en uno de los imagineros más destacados de la España de posguerra. Su formación artística se consolidó en Madrid, donde fue alumno libre en la prestigiosa Real Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, bebiendo de las fuentes del academicismo y la tradición escultórica española.

Sin embargo, su dedicación al arte no fue una senda directa. En sus primeros años, Gumiel trabajó en sectores tan modernos y pragmáticos como Estándar Eléctrica y Ferrocarriles. La decisión de abandonar estos oficios estables “para dedicarse por completo a la escultura” revela una vocación inquebrantable, una llamada que trascendía la mera profesión. En una época en que las vanguardias artísticas europeas exploraban la abstracción y la ruptura con el pasado, la elección de Gumiel representó un acto casi contracultural. Se decantó conscientemente por el lenguaje tradicional del arte sacro, un camino que no era un refugio en el pasado, sino una afirmación ideológica y espiritual para alinear su vida con su fe.

Este compromiso se vio reforzado por sus vivencias en Madrid. Durante el curso 1931-1932, conoció personalmente a Josemaría Escrivá de Balaguer, futuro fundador del Opus Dei. Su encuentro tuvo lugar en la Congregación de Seglares de San Felipe Neri, mientras ambos atendían a enfermos en el Hospital General. Este contacto temprano con figuras de intensa convicción religiosa fue determinante, cimentando la unión indisoluble entre fe y arte que definiría toda su producción posterior.

La Gubia al Servicio de la Fe: Un Recorrido por su Obra

La carrera de Jenaro Lázaro Gumiel se caracteriza por una prolífica producción de imaginería religiosa que dejó una huella imborrable en diversas ciudades de España. Su estilo, anclado en la tradición del Siglo de Oro, encontró un terreno fértil en la España de posguerra, un periodo de reconstrucción no solo material, sino también espiritual e identitaria.

El Legado en Valladolid: Un Diálogo con los Maestros

Valladolid, cuna de la escuela castellana de escultura barroca, se convirtió en uno de los principales escenarios de su maestría. Allí realizó obras de gran calado, como la escultura de San Pedro Regalado (1951) para la Iglesia del Salvador y la talla de la Virgen del Pilar (1953) para el Santuario de la Gran Promesa.

No obstante, su obra cumbre en la ciudad es el Santísimo Cristo de la Preciosísima Sangre, tallado en 1953. La historia de esta pieza es reveladora. La cofradía homónima le encargó una nueva imagen para sustituir un crucificado del siglo XVI, obra del maestro Juan de Juni, que se estaba deteriorando. La encomienda era explícita: crear una escultura que, sin ser una copia, mantuviera el sentimiento religioso y el dramatismo del original juniano. El resultado fue una obra magistral, considerada por muchos la mejor de su carrera, que demostró su capacidad no solo para emular, sino para dialogar con los grandes maestros del pasado. Este acto de reinterpretación lo consagró como un legítimo heredero de la tradición imaginera castellana en pleno siglo XX, un puente entre el patetismo barroco y la sensibilidad contemporánea. Su impacto en la ciudad perdura de tal forma que, en 2004, la cofradía instituyó el “Premio Lázaro Gumiel” para reconocer a quienes trabajan por la Semana Santa vallisoletana.

Obras Maestras a lo Largo de España: Polifacético y Prolífico

La fama de Gumiel trascendió Valladolid, llevándolo a ejecutar encargos por toda la geografía española. Una de sus primeras obras de gran renombre fue Nuestra Señora del Rosario Coronada (1939), patrona de Bullas (Murcia). Realizada en madera de cedro, se trata de una “imagen de candelero”, diseñada para ser vestida, una tipología tradicional que Gumiel dominaba a la perfección.

Su versatilidad artística quedó patente en un proyecto de naturaleza muy distinta: el diseño de “la Gran Custodia” para la Iglesia de la Concepción de Madrid. Esta monumental pieza de orfebrería es un testimonio de su talento más allá de la talla en madera. Para su creación se emplearon materiales de una riqueza extraordinaria: 33 kg de plata, medio kilo de oro, 200 g de platino, 800 brillantes y 1.500 piedras de colores. Esta obra demuestra que su concepción del arte sacro era total, abarcando desde la escultura devocional hasta la orfebrería más suntuosa.

Estilo y Contexto: La Imaginería de Posguerra

El estilo de Lázaro Gumiel se define por un profundo naturalismo, un riguroso estudio anatómico y una capacidad excepcional para plasmar una emoción religiosa contenida y serena, alejada de estridencias pero cargada de unción. Su obra se desarrolló principalmente en el periodo de posguerra, un momento en que el régimen franquista impulsaba una identidad nacional-católica que generó una enorme demanda de arte religioso para reemplazar el vasto patrimonio destruido durante la Guerra Civil.

En este contexto, el arte de Gumiel, con sus claras raíces en la tradición barroca española, respondía perfectamente a las necesidades estéticas e ideológicas de la época. No fue un vanguardista, sino un maestro revitalizador de un lenguaje artístico que la sociedad de su tiempo reconocía como propio. El volumen y la suntuosidad de sus encargos, como la mencionada

Gran Custodia, reflejan una sociedad dispuesta a invertir grandes sumas en la restauración de sus símbolos de fe, convirtiendo a artistas como Gumiel en piezas clave de un gran movimiento de reconstrucción cultural y espiritual.

AñoObraUbicaciónMaterial / Técnica
1939Nuestra Señora del Rosario CoronadaIglesia Parroquial, Bullas (Murcia)Madera de cedro policromada, imagen de candelero
1947Nuestra Señora de los Dolores de ChandavilaSantuario de Chandavila, La Codosera (Badajoz)Talla en madera policromada
1951San Pedro RegaladoIglesia del Salvador, ValladolidTalla en madera policromada
1953Virgen del PilarSantuario de la Gran Promesa, ValladolidTalla en madera policromada
1953Santísimo Cristo de la Preciosísima SangreIglesia de Ntra. Sra. de la Antigua, ValladolidMadera policromada, inspirado en la obra de Juan de Juni
1957Sagrado Corazón de JesúsCastillo de La Codosera (Badajoz)Escultura monumental
(Sin fecha)La Gran CustodiaIglesia de la Concepción, MadridOrfebrería: 33 kg de plata, oro, platino, brillantes y piedras de color

La Codosera: El Encuentro con el Destino

Aunque su obra se extendió por toda España, la biografía de Jenaro Lázaro Gumiel quedó inexorablemente ligada a un pequeño pueblo extremeño. Su relación con La Codosera, que se prolongó desde 1945 hasta su muerte en 1977, no fue un mero cambio de residencia, sino un punto de inflexión que redefinió por completo el propósito de su vida y su arte.

El Llamamiento de Chandavila

El año 1945 marcó un antes y un después. En el paraje de Chandavila, cercano a La Codosera, dos niñas afirmaron haber presenciado apariciones de la Virgen María. La noticia llegó a oídos de Gumiel, hombre de profunda devoción mariana. Los acontecimientos lo conmovieron de tal manera que, según los testimonios, “se enamoró del lugar y de los acontecimientos”. Este fervor fue tan intenso que lo impulsó a tomar una decisión radical: abandonar su exitosa carrera en Madrid y Valladolid para trasladarse a La Codosera, estableciendo su residencia y taller en el histórico castillo del pueblo en 1945. Este giro demuestra cómo un lugar específico, cargado de un nuevo significado espiritual, puede transformar la geografía vital de un artista, convirtiendo una práctica de alcance nacional en una misión devocional profundamente localizada.

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El Artífice del Santuario y Benefactor del Pueblo

A partir de su llegada, Gumiel se convirtió en el alma mater del Santuario de Chandavila. Su labor fue ingente y, en gran medida, filantrópica. No solo esculpió y donó la venerada imagen de Nuestra Señora de los Dolores, sino que dedicó su talento a enriquecer el templo con un retablo, relieves y numerosas imágenes que representan los pasajes de la Pasión y los dolores de la Virgen.

Su generosidad trascendió los muros del santuario y se extendió a todo el pueblo. En 1957, realizó la colosal escultura del Sagrado Corazón de Jesús y la instaló sobre los restos de la muralla del castillo, desde donde hoy bendice a la localidad. Con la mirada puesta en el futuro, fundó una escuela taller de arte sacro para los jóvenes del municipio, asegurando la transmisión de su oficio y dejando una semilla cultural en su comunidad de adopción. Hoy, una parte importante de su legado se conserva en un museo anexo al santuario, donde se exponen tallas en madera sin policromar, bocetos a carboncillo de gran formato, maquetas y un archivo fotográfico de sus obras repartidas por España, permitiendo una visión integral de su proceso creativo.

Peculiaridades de un Legado: La Fundación Gumiel y su Aciago Final

La vida de Jenaro Lázaro Gumiel fue un testimonio de caridad y entrega, una vocación que intentó proyectar más allá de su muerte a través de una obra social. Sin embargo, esta parte de su legado se vio envuelta en una compleja y desafortunada historia que contrasta con la claridad de su herencia artística.

Una Vida de Caridad Culmina en una Fundación

En 1977, en el último año de su vida, el escultor formalizó su voluntad filantrópica instituyendo la “Fundación Gumiel-Obra Social” en La Codosera. Clasificada oficialmente como de beneficencia particular en 1980, la fundación tenía su domicilio legal en Madrid pero su corazón y propósito estaban en el pueblo extremeño. Entre sus bienes más importantes figuraba el histórico Castillo de La Codosera, que pasó a ser propiedad de la entidad.

Un Legado Desvirtuado y Perdido

El destino quiso que Gumiel falleciera el 15 de septiembre de 1977, apenas seis meses después de haber redactado los estatutos de su fundación. Esta circunstancia resultó fatal para su proyecto. Según las investigaciones del cronista oficial de La Codosera, José Luis Olmo Berrocal, tras la muerte del artista los estatutos fueron presuntamente modificados, desvirtuando la misión original de la fundación.

Lo que siguió fue un largo periodo de abandono y disputas legales. Los bienes de la fundación, incluyendo el castillo y una residencia anexa, cayeron en un estado de ruina progresiva, como documentan con pesar crónicas y fotografías locales. El capítulo final de esta triste historia se escribió en 2012 con la extinción legal de la Fundación Gumiel. Esta disolución dejó su principal activo, el castillo, en un limbo jurídico, “buscando dueño” y convirtiendo lo que debía ser un legado de prosperidad para el pueblo en un símbolo de decadencia. Este episodio, conocido localmente como el “embrollo del Castillo” , es una poderosa lección sobre la fragilidad de las voluntades póstumas, demostrando que mientras el arte puede aspirar a la eternidad, las instituciones humanas son vulnerables al tiempo y a la gestión. Para la comunidad de La Codosera, no es solo un problema legal, sino una herida abierta, un trauma colectivo por la pérdida de un patrimonio que les fue prometido.

La Huella Imborrable del “Escultor de la Virgen”

La figura de Jenaro Lázaro Gumiel emerge como la de un artista total, un hombre en cuya vida y obra la fe y el talento se fusionaron de manera inseparable. Fue un maestro del siglo XX que eligió conscientemente el lenguaje de los grandes imagineros del Barroco para expresar su profunda espiritualidad, dejando un legado de esculturas de una fuerza y unción extraordinarias desde los pasos procesionales de Valladolid hasta las patronas de Murcia y, sobre todo, en el corazón de Extremadura.

Sin embargo, su mayor singularidad no reside únicamente en su arte, sino en su completa simbiosis con un lugar: La Codosera. Su historia es la de un artista de renombre nacional que, movido por una llamada espiritual, se convierte en el padre artístico y benefactor de una pequeña comunidad. No solo decoró un santuario; le dio un alma. Su biografía es un testimonio de cómo la visión de un solo individuo puede transformar y definir la identidad de un pueblo.

A pesar del triste y fallido epílogo de su fundación, su verdadero legado permanece intacto, tallado en la madera y la piedra que pueblan Chandavila. La herencia que perdura es la artística y la espiritual. La inscripción en su tumba, “El Escultor de la Virgen”, resume con una precisión conmovedora el propósito de una vida entera. Es el título que se ganó con su gubia y su devoción, y el que, por encima de cualquier controversia, define su huella imborrable en la historia del arte sacro español.